Los holandeses hasta 1811 no se preocupaban mucho por sus apellidos, vivían en comunidades pequeñas y se conocían por su nombre de pila, matizado por su profesión o lugar de residencia como “Piet el panadero”. Pero, en esto llegó Napoleón y lo cambió todo, imponiendo en los Países Bajos una norma administrativa para facilitar la creación de censos y la recaudación de impuestos: cada familia debía registrar un apellido fijo.
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