13/12/2018 08:00h.
La dicotomía entre campo y ciudad ha formado parte de la teoría y la práctica urbanística desde que se creó la disciplina del urbanismo hace dos siglos, como reflejo de una relación a la vez conflictiva y mutuamente necesaria presente desde el surgimiento de las ciudades. No obstante, la existencia de agriculturas urbanas y periurbanas que se llevan a cabo dentro de los límites o en los alrededores de muchos núcleos urbanos consolidados de las ciudades de todo el mundo, permiten visibilizar una realidad más compleja que difumina esas fronteras conceptuales. Además, en peridos de crisis “glocal”, la nueva perspectiva aportada desde la óptica de la sostenibilidad integral nos ofrece nuevas vías para propiciar un reencuentro cada vez más necesario entre campo y ciudad en un escenario de
escasez de suelo y recursos, crisis alimentaria, pérdida de biodiversidad y encarecimiento de la energía.
Es en este contexto donde se pone aún más en evidencia que el suelo es un recurso natural limitado, patrimonio de difícil recuperación una vez destruido y que los modelos urbanos expansivos y las infraestructuras viarias asociadas han venido ocupando y destruyendo. Así, nos encontramos con experiencias agrícolas en áreas periurbanas que luchan por consolidarse frente a la presión urbanística que las ha venido precarizando territorial, ambiental y socialmente, y también, comienzan a emerger iniciativas de agricultura urbana, como por ejemplo con la construcción de huertos comunitarios que recuperan espacios degradados o en desuso y que parten, en muchos casos de iniciativas vecinales, colectivos sociales o, en ocasiones, Administraciones Locales con el impulso de huertos de ocio o con función educativa.
El modelo territorial por el que se ha optado en los últimos 30 o 40 años ha hecho que los usos agrícolas hayan sido subsidiarios de las grandes infraestructuras y los grandes equipamientos. La normativa urbanística califica el suelo en urbano, urbanizable y no urbanizable. El suelo urbanizable no suele estar integrado en la trama urbana, pero se viene considerando idóneo para servir de soporte, previa transformación urbanística, a usos urbanísticos, y muchos de esos suelos están “parados” como consecuencia de la recesión económica de la última década. El planteamiento tradicional ha sido el de la preeminencia de la reserva de suelo para los desarrollos urbanos, las grandes obras viarias, las grandes infraestructuras y de servicios frente a otros usos. La multifuncionalidad del suelo reivindica la no segregación y aumentar los diversos usos que se le pueda dar al suelo, entre los cuales se encuentra el valor que la disponibilidad de suelo representa de cara a la producción de alimentos.
Como aportación a esta reflexión sobre la capacidad -y necesidad- de readaptación metabólica del territorio, desde el Observatorio de la Sostenibilidad nos ha parecido de interés publicar la conferencia marco que impartió el arquitecto urbanista Carlos Verdaguer en las Jornadas organizadas por Fundación Cristina Enea bajo el título de “Experiencias agrícolas en áreas urbanas y periurbanas”.
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