Desde el surgimiento de la agricultura hasta el s.XVIII, las semillas se reproducían en la propia finca, se intercambiaban con los vecinos o, en algunos casos, se adquirían en los mercados locales. Se trataba de un medio de producción que estaba en manos de las comunidades campesinas y su reproducción era una de las tareas fundamentales en el trabajo agrícola. Sin embargo, a medida que la economía campesina se fue mercantilizando y especializando, la reproducción de semillas progresivamente se fue delegando en agentes especializados: las empresas o “casas” de semillas.