Cuando pensamos en plástico nos vienen a la cabeza las bolsas del supermercado, los cubiertos desechables o las botellas de agua. Los plásticos generan un 4,5% de las emisiones globales de CO2, y en realidad están presente en muchos sitios que no tenemos en cuenta, como la espuma de la que están hechos los estropajos y esponjas que usamos en la ducha y en el baño.
Por ejemplo, la esponja verde y amarilla de toda la vida, está fabricada con materiales como el poliéster (para la parte más dura que se usa para rascar) y el poliuretano (para la espuma). Pero estas esponjas no son reciclables y contribuyen a la generación de residuos, ya que la mayor parte terminan en vertederos, o se queman, contribuyendo a la polución atmosférica. Una de estas esponjas puede tardar cientos de años en descomponerse del todo.
Mientras tanto, las esponjas llegan a las vías fluviales y los ecosistemas donde tardan mucho tiempo en degradarse y se convierten en microplásticos. Los microplásticos pueden ser perjudiciales para la salud humana y animal, y también pueden influir en el cambio climático al alterar el ecosistema oceánico, ya que inhiben el papel que desempeñan las algas y el fitoplancton en el secuestro de C02.
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